CRÓNICA DE UNA ABOGADA DE GUARDIA EN TIEMPOS DEL CORONAVIRUS

Cuando estudiaba en la universidad, uno de mis profesores de Derecho Penal dijo una vez que estar en el turno de oficio era algo que todo penalista tenía que hacer durante su vida profesional, o cuando menos, durante una época. Que lo entendía como su forma de hacer una obra social.

Yo me di de alta en el turno de oficio cuando inicié mis andadas como abogada penalista en solitario, contando ya con 5 años de experiencia. No sería aventurado decir que mi relación con el turno de oficio es una relación de amor-odio.  Me da muchas alegrías, sí. A uno siempre  le gusta ganar un juicio o conseguir que te archiven un tema, pero esto solo sirve para alimentar nuestra vanidad.  Otras veces, cuando, por ejemplo, no puedo contactar con el cliente por ningún medio porque el teléfono que me facilitó ya no está en uso, su dirección es inventada, no puedo preparar bien su defensa, y ni siquiera aparece el día del juicio, o el día que estoy de guardia en mi mesa tengo una larga lista de cosas que hacer, viéndome interrumpida a cada rato para ir a hacer alguna asistencia a comisaría, o cuando cobro 2 meses más tarde, me pregunto porqué lo hago.  Cuando eso me pasa, siempre intento recordar lo que en su día dijo mi profesor y, entonces me siento mejor.

No había estado de guardia desde septiembre de 2019. Me tocaba estarlo en diciembre pero no pude hacer mis guardias, así que voy a confesar que tenía ciertas ganas de la siguiente, me daba algo de «vidilla». Hasta que se fueron complicando las cosas. El problema del coronavirus se hizo insostenible y el pasado día 14 de marzo se decretó el estado de alarma. Entonces ya no me hacía tanta gracia estar de guardia…Incluso me planteé renunciar a ella, pero luego pensé, «alguien tiene que hacerlo, ¿no?«. Además, pensé, «no habrá asistencias porque la gente está encerrada en su casa y pocas detenciones hay«.

Estuve de guardia desde la noche de día 24 a las 22 horas hasta las 22h de ayer, día 25 de marzo de 2020. Esta publicación no tiene nada de jurídico. Es una publicación en la que simplemente quiero relatar lo que viví, porque creo que lo que estamos viviendo es excepcional, inaudito, y que de ello tenemos mucho que aprender y más que cambiar. Tampoco esperéis una historia heroica, es una simple crónica, para algún día volver a leerla y poder recordarlo desde la proximidad del momento en el que lo he escrito.

Cuando estoy de guardia, no duermo profundamente. Estoy como en duermevela toda la noche, como cuando tengo que madrugar para coger un vuelo pronto. La sensación de que me voy a quedar dormida o no me voy a enterar de algo me inquieta y mi mente está en alerta.  Esta vez no iba a ser diferente. Soy de las de #yomequedoencasa y estaba deseando que el hipotético cliente hubiese hecho lo mismo.  Pero no. A las 2:57 recibí un sms del Colegio de Abogados avisándome de la detención de mi ahora cliente. Abrí un ojo al sentir la vibración del teléfono en mi mesilla de noche. El mensaje ponía: «ROBO CON FUERZA». Y pensé: ¿EN SERIO??? Esperaba un atentado a los agentes o una desobediencia, pero ¿robo con fuerza?? Eso no. 

A las 6:14 me llamaron del ICAB para decirme la hora de la asistencia en comisaría. En ese momento sí que me levanté sobresaltada, en la creencia de que iba a ser una nueva asistencia. Me tranquilizó darme cuenta de que era la misma. Simplemente me estaban citando. Pero me costó un poco articular palabra. Mi preocupación era  saber si tendría que bajar a la zona de calabozos. No sé, se me representan como un enorme foco de infección ahora mismo y quería evitarlo a toda costa. Antes de ir hacia la comisaría estuve llamando varias veces, pero nadie contestó. Supongo que ahora las líneas de emergencia están tan saturadas, eso tiene una vis expansiva hacia los números policiales. No tardé más de 6 minutos en llegar en coche desde mi casa a la comisaría de Les Corts. El trayecto con tráfico normal es de unos 15-20 minutos, dependiendo de si vas en moto o en coche. 6 minutos tardé, insisto. Y sin saltarme el límite de velocidad, lo prometo. Me sorprendió ver más coches de los que esperaba, pero aun así, Barcelona, qué bonita estabas, aunque estuvieras triste. Bonita, porque tu majestuosidad destacaba aun más entre el silencio. Poder oír el cantar de los pajaritos en pleno Paseo de Gracia o Calle Aragón no es muy frecuente, creedme.

Antes de salir del coche me puse mis guantes y mascarilla, abrí la puerta de la comisaría como pude con el antebrazo, entré y enseñé mi carnet, sin entregarlo. Tampoco me dieron la acreditación de visitante, y abrían el acceso desde dentro, para no tener que tocar nada. Ni siquiera entré en la sala de espera. Allí ya había dos compañeros y tres seríamos multitud en un espacio tan pequeño, que ignoraba cuándo habría sido debidamente desinfectado por última vez. El servicio de limpieza pululaba por allí, pero preferí mantener distancias y no tocar nada. Cuando vino el Mosso, me preguntó si quería hablar con mi cliente. Normalmente habría dicho que sí sin titubeo. Esta vez le pregunté en qué condiciones sería posible y me ofreció bajar a calabozos. Supongo que me cara debió revelar que esperaba otra respuesta menos arriesgada y entonces, motu propio, me ofreció simplemente hacer el acta de declaración en la que dijera que mi cliente se acogía a su derecho a no declarar, yo iba a firmarla ahí in situ, y él iba a bajar a hacer lo propio con mi cliente. Poco garantista, lo sé, ya que desconozco si realmente le explicaron los hechos motivo de su detención (recordad mi anterior publicación al respecto). Pero oye, el horno no estaba para bollos. El Mosso me explicó a mí de qué iba el tema con bastante detalle, le pregunté si iba a dejar sin efecto la detención y me respondió que quedaba citada a las 12:30 en el Juzgado de guardia. Mi gozo en un pozo. Tendría que salir de casa otra vez. La pregunta es ¿porqué? Si total todos sabíamos que iba a quedar en libertad igualmente al cabo de unas horas…

En cualquier caso, a la hora citada estaba en la Ciudad de la Justicia. A cada persona de seguridad que me cruzaba tenía que explicarle que iba al Juzgado de Guardia. Me preguntaban si era abogada. ¡Pues claro! ¿Por qué iba a estar ahí sino? En fin, entré, me dirigí a los Juzgados de detenidos, me dijeron que el mío estaba en el de detenidos 2, y allí me entregaron copia del atestado y, cuando lo leí, pensé otra vez: ¿EN SERIO??

Ah, que no os he dicho porqué le habían detenido. Supongo que eso es lo que más os interesaba de toda esta crónica, pero una vez más, tampoco es tan emocionante como os lo pinté. La insolidaridad y estupidez humana a veces pienso que no tienen límite. Esta situación nos lo está demostrando. El chaval, mayor de edad por los pelos y acompañado de otro, éste sí menor, había (presuntamente) forzado la puerta un coche para intentar robarlo haciéndole un puente a las 2 de la madrugada. En pleno confinamiento. En pleno estado de alarma. Me pregunto… ¿por qué no estaba en su casa, durmiendo, viendo una serie o jugando a la Play, en cualquier caso, confinado como estamos todos? ¿A dónde quería ir con el coche? ¿De verdad pensaba que no le iban a pillar? ¡Pero si las probabilidades de que te paren de madrugada en esta situación son altísimas!!

Acabé saliendo de los Juzgados sobre las 3 del mediodía. Me pasé la mayor parte del tiempo esperando y hablando con los funcionarios que estaban de guardia. Los pobres, llevaban mascarilla y guantes que se habían traído ellos de casa (cada uno llevaba protecciones diferentes) y les habían dado un bote de gel hidroalcohólico por Juzgado. Yo también llevaba mis protecciones desde casa. En el suelo, una cinta de pintor a 1 metro y medio de distancia del mostrador que ponía «línea de atención» escrito con un rotulador grueso. Eso me preocupó, pero más me preocupó la disparidad de criterios entre Juzgados a la hora de proceder. En casos así tiene que haber unidad de criterio.

En un Juzgado, preparaban toda la documentación y subían al detenido a firmar. Vaya por delante que la dinámica era la de acogerse al derecho a no declarar y notificar inmediatamente auto de libertad. Ahí no se estaba tramitando ni un procedimiento de diligencia urgentes, ni se peritaba nada por si podía pasarse a delito leve, ni nada de nada. Todo fuera por acabar lo antes posible y poder volver al confinamiento. El sentimiento era generalizado. Yo también quería irme a casa lo antes posible. Sobre todo, si no sabes si la persona que tienes delante o la que se ha sentado en tu silla antes que tú tiene o no el coronavirus y ha dejado rastro.

El otro Juzgado – el que me tocó a mí – , en cambio, preparaba toda la documentación en idéntico sentido, me lo hacían firmar a mí en el Juzgado, pero luego me hicieron bajar al calabozo junto con la LAJ, para explicárselo al cliente, darle mi teléfono, y también pa’ casa. El cliente no firmaba nada. En el acta se hizo constar, certificado por la LAJ, que se le eximía de tener que firmar dada la situación de alarma por el coronavirus. Intenté no tener que bajar a calabozos, pero me insistieron en que ellos lo hacían así. Donde hay patrón, no manda marinero. Así que bajé. Sin tocar nada y bien lejos de todos los presentes.

Salí de ahí con unas tremendas ganas de volver a casa, de desinfectarme y de no tener que salir más. Por suerte, no tuve ninguna otra llamada. Normalmente habría reaccionado a todo ello de otra forma. Seguramente me había sulfurado y enfadado enormemente con el chaval por su insensatez e insolidaridad para conmigo. Seguro que cuando hacía lo que presuntamente hacía, no pensaba en que se estaba saltando el confinamiento y  que me obligaría a mí a ponerme en riesgo por su culpa. Pero ayer me lo tomé todo con mucha más serenidad y tranquilidad. Al fin y al cabo, lo que estaba valorando es que podía hacerlo, porque por ventura estoy sana ¡y espero que no haberme contagiado! Nada importa más que eso ahora mismo.

Salud a todos, amigos.

«Vive como si fueras a morir mañana, aprende como si fueras a vivir para siempre.» – Mahatma Gandhi.

 

Un comentario sobre “CRÓNICA DE UNA ABOGADA DE GUARDIA EN TIEMPOS DEL CORONAVIRUS

  1. A veces me gustaría abandonar mis ojos de penalista y entrar en la cabeza de nuestros detenidos. La pregunta que no puedo dejar de hacerme, consecuencia de haberte leído, es efectivamente, ¿por qué no estaría ese niño jugado a la Play?
    A veces la realidad supera a la ficción. Yo también hubiera apostado por una desobediencia.

    Espero que pronto vuelvas a las «tranquilas» y «apasionadas» guardias.

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